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Ella y Él

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Esta historia es algo delicada, y como toda historia delicada que se precie de tal esconderé los nombres de los protagonistas para resguardar su privacidad.
Dicho esto, en adelante ella se llamará ella y él se llamará él, lo cual permite que tu les pongas el nombre que se te venga en gana según la similitud de los personajes con alguien de tu círculo. Los hechos sucedieron en calle Departamental, en Santiago de Chile. Más específicamente en el hotel 777, un famoso hotel de esta ciudad.


Él vivía en Macul, y cada tarde/noche al regresar de su trabajo, la veía en la esquina de Departamental con Vicuña, donde seguramente ya no podrás encontrarla. Ella trabajaba en esa esquina, es una trabajadora sexual muy atractiva de poco más de veinte años, bonito físico y una sonrisa cautivadora. Unos pechos pequeños que deja medio ver cuando mete la cabeza por alguna ventanilla del auto de un posible cliente, para susurrarle el precio de sus servicios.

Él cada vez que se acercaba a ese lugar cruzaba hasta los dedos de los pies para verla al pasar. Ya hasta se sonreían de tantas veces que cruzaban miradas. Una buena noche, él se animó y detuvo su auto, bajó la ventanilla y no pudo mirarla a los ojos cuando ella le susurraba sus tarifas, pues se perdió al centro de esos pequeños y bien formados pechos.
Él asintió con la cabeza y ella de un salto ya estaba dentro del auto, arrellanándose en el asiento. No tardaron en llegar al hotel 777, él con mucho apuro y ella con el silencio y la sensualidad de su oficio. Una vez dentro de la exótica habitación se dio inicio al calentamiento previo por ambas partes, como en el primer asalto de un combate de box, estudiando con cuidado los pasos a seguir para conseguir el mejor de los resultados.

Ella dio el gran paso y se llevó ambas manos a la frente y metió sus dedos en su largo cabello castaño, como para acariciarlo o acomodarlo hacia atrás. Él la miraba deseoso en la luz tenue y colorida de la habitación.
Lo que vio a continuación no lo podía creer.

Ella imprimió un poco de fuerza hacia atrás en su cabello y la larga peluca color castaño cayó con un grácil movimiento al suelo, dejando ver una corta y brillante melena negra que él conocía muy bien. Parecía que la luz hubiera aumentado su intensidad de un golpe, pues reconoció al instante a la hermana de su esposa. Sí, era su cuñada quien estaba al frente, hábilmente maquillada y con ese largo cabello jamás la hubiera reconocido, agregando la penumbra de la noche y que pocas veces le miró la cara en la esquina.


Hagamos esto como prefieras, como si no nos conociéramos o con la plena conciencia de quienes somos, dijo ella. –Yo por mi parte te imagino en cada cliente con quien me acuesto, desde una noche en que, sin querer, te vi haciendo el amor con mi hermana en el sofá de la casa de mi madre. Estuve espiándolos un largo rato y me quedé con tu recuerdo y envidiando sexualmente a mi hermana por tenerte. La vida me llevó por otros caminos y aquí estamos, esperando a que decidas como lo haremos. Pero una cosa es cierta. No te me escapas.

Esto último lo dijo con tanta fuerza y decisión que él sintió que despertó de un mal sueño. ¿O un buen sueño? Sin responder la apretó contra sí, besándola con sabor a culpa, arrepentimiento y calentura. Ella intentó decir algo, pero se dejó llevar al sentir que unas gotas de tibio líquido empezaban a deslizarse por la parte interna de sus piernas. Se desnudaron de la cintura hacia arriba para mezclar sus sudores y apretarse fuerte para que las manos no resbalaran. Fue allí cuando ella cometió un error y se dejó llevar por la pasión y el sentimiento de ardor que le provocaba la sola idea del sexo que le esperaba con el hombre que la perseguía desnudo en sus sueños.

En un inconsciente acto, clavó sus uñas la fornida espalda y las deslizó hasta la cintura sin aflojar la presión. El no supo si empezó a sudar más o estaba sangrando, pero esa sensación aumentó su lívido y no quiso saber la causa de ese leve ardor en su espalda. Ella paseaba nerviosa y suave sus manos por aquella espalda lastimada, como para aliviar algo el ardor y su arrepentimiento.

A veces el placer nos juega en contra, pensó, pero al instante lo olvidó y al sentir que sus pezones se perdían alternadamente en la boca ansiosa de su cuñado. Le gustaba recordar que era su cuñado quien la estaba excitando tanto, aunque el resto de su vida se arrepintiera.


Retiró las manos de su espalda y de reojo las notó algo más rosadas de lo habitual. Las puso sobre los hombros de él y las deslizó por su pecho mientras iniciaba una sensual flexión de piernas para terminar hincada frente al pene que tantas veces imaginó poseer. Al instante el pantalón cayó sin ruido dejando al descubierto los atributos de él. Ella no supo cuánto tiempo permaneció allí y él perdió la noción del tiempo también mientras disfrutaba el placer extremo y hundía sus dedos en la melena corta y negra que tenía ante sí, apretando su nuca como para impedir que ella abandonara la tarea.


En esa situación el orgasmo siempre llega y esta vez no fue la excepción. Se vino de golpe, sin darle tiempo a evitarlo y a ella a retirar su boca, que quedó rebosando de leche mientras sentía el palpitar de ese pene soñado bombeando más y más semen, ya en sus pechos, donde ella lo esparcía como la más cara de las cremas. Ella se levantó y terminó de desvestirse, para dejar al descubierto su bien delineado cuerpo y volver a abrazarlo, besarlo y compartir el semen que se escurría por su mentón y sus pechos.

De la mano fueron a la ducha, y al regreso se tendieron en la cama, intentando conversar, pero eso solo quedó en el intento. Ya habría tiempo para asumir cada quien sus culpas si las hubiera. Tendidos de espalda, ella no demoró mucho en lograr que sus caricias pusieran de pie nuevamente aquella deseada herramienta. Suavemente montó sobre él para iniciar un movimiento lento mientras le besaba y sonreía.

Él buscando penetrarla y ella jugando a evitarlo. Sentía el roce en su clítoris y eso le excitaba mucho, a tal extremo que fue ella quien lo tomo en sus manos y se lo introdujo a pausas, un poquito cada vez, quizás para dimensionarlo cuando lo recordara.
Así estuvieron unos minutos hasta que él le dio vuelta quedando encima como león sobre su presa y con un recio movimiento puso sus delgadas piernas sobre sus hombros, para llegar así a lo más profundo de su vientre. Ella mordió sus propios labios para ahogar un gemido. No quería arruinar el maravilloso momento que estaban viviendo.

El clímax llegó casi al unísono para fundir sus cuerpos en un abandonado abrazo. No sabremos el final de esta historia, ya que ella no volvió a esa esquina y él cambió su ruta. Quizás hasta le confesó a su mujer quien le había arañado la espalda y esta le recriminó que no la hayan invitado. O quizás lo echó de la casa. Hay cosas que nunca llegan a saberse. Que tengas una buena vida.