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Okito Lakao

  • por

Hace tiempo empecé a incluir comida china en mi dieta de mediodía, un poco por el escaso tiempo que me dan para almorzar y otro poco por la cercanía de un restaurant chino, a dos cuadras de mi trabajo, en Departamental.
Allí trabaja Mei, una mesera china que ya tiene buenos años viviendo acá en Chile, y domina algo el idioma. De cualquier forma, es agradable escucharla en su media lengua ofrecer el menú del día.

También responde de forma muy graciosa a los piropos, con una sonrisa y una reverencia. Ya tomando confianza, me animé a subir de tono aquellos piropos para ver cuánto podía entender y cuánto no. Para mi sorpresa, parece que ya se los sabía todos. Seguí en ello hasta que noté que le gustaba el jueguito y me animé a ir de frente y decirle que tenía para ella una invitación a la cama. No respondió nada, hizo su reverencia y dio media vuelta. Cuando me trajo la cuenta, agregó un papel con su número de teléfono. Así a la antigua. Tate!, me dije, es mi día de suerte.


Ya esa misma noche le escribí a WhatsApp y quedamos de acuerdo en vernos al sábado siguiente, a la salida de su trabajo, a eso de las diez de la noche. Caminamos casi en silencio, me miraba y sonreía nerviosa. Cuando llegamos al Hotel 777, a escasas seis cuadras del restaurant y a cuatro de mi trabajo, se mostró algo indecisa a entrar, pero fue cosa de un minuto para empujarla suavemente y entre risas ver su culo balanceante ingresando al famoso 777.


Noche de sábado, mucha actividad en el hotel, pero nos asignaron una habitación muy hermosa, con jacuzzi y mobiliario erótico que nos encantó. Entró al baño y a los pocos minutos sentí correr el agua de la ducha. Rápidamente me saqué la ropa para entrar a ducharnos juntos, pero ella ya venía de vuelta con una suave camisola que parecía de seda. No me quedó más que sonreír y entrar a ducharme solito. Cosas de las distintas culturas, me dije. En ese mismo instante decidí que la dejaría actuar para que fluyera todo y, de paso, aprender cómo hacer el amor a la china. A la china y al estilo chino, para que se entienda mejor.


Cuando salí del baño, ella estaba hincada en la cama y tomé ubicación, hincado también, frente a ella. Nos besamos largo, sin abrazarnos, solo nuestras bocas y lenguas estaban juntas. Después del beso me saqué la toalla lentamente y Mei inclinó su cabeza y se sacó también su camisola. Ahí estábamos los dos, desnudos, a 30 centímetros de distancia e hincados en la cama. Si alguien nos hubiera visto se mataba de la risa. De pronto se acercó y quedamos con nuestras rodillas atrapadas entre nuestras piernas.

Mei puso una mano en mi cuello, la otra en mi regalón y nos besamos nuevamente, pero esta vez fue distinto. Ella empezó a pasar su lengua por mi cuello, por mi pecho, y se detuvo un rato en mis tetillas mientras no dejaba de acariciarme muy suave mi regalón. No bajó a besarlo, como yo esperaba, de modo que le devolví tal cual sus caricias, y me di cuenta que así, hincados, sus pechos quedaban en una excelente posición para disfrutarlos con mi boca, mordiendo a ratos suavemente sus pezones y apretándolos con pasión, disfrutando de su dureza.


Mi mano en todo momento jugando en su vagina la hacía suspirar y sollozar bajito, respirar entrecortado y hablar en chino. Vaya uno a saber qué cosas me decía. Tomé uno de sus muslos y lo levanté, quedando ella hincada en una sola rodilla mientras yo ubicaba su rodilla levantada a la altura de mi cintura poniendo mis dos manos en su culo para apretarla hacia mi y volver a besarla. Las lenguas tenían una jugosa fiesta en nuestros labios apretados. En ese momento Mei se giró y siguió hincada, esta vez de lado en relación a mí, y quedó en cuatro.

La invitación estaba lanzada para que la penetrara a piaccere. Apenas empezaba a disfrutar tan exquisita posición, Mei se reacomodó y me abrazó. Seguíamos hincados y se subió encima de mí, abrazados mientras buscaba y acomodaba ella misma la penetración. Muy pronto eché mi cuerpo hacia atrás y quedamos recostados, siempre ella encima de mí, gozando, sollozando y murmurando en chino. Inició una loca cabalgata y yo me dije: Aquí nos vamos con todo, pero no fue así.

Ella se detuvo en seco y sin salir de encima, hizo un hermoso giro de 90 grados para iniciar el 69 que yo estaba esperando desde el principio, aunque estaba vez tenía el temor de dar por finalizada la batalla y rendirme, porque estaba muy sensible. Varias veces retiré su cabeza para aguantar un rato más, sin dejar de besar su jugosa y deliciosa vagina, que a esas alturas había pasado de un tierno rosado a un rojo furioso. Lo único que me parecía escuchar en español o tal vez sea igual en todos los idiomas, era su “ay!” sollozante y quejoso. Mei estaba sudada completamente y ya su lengua paseaba sin control por mi cuerpo.

Yo por mi parte trataba de mantener un silencio digno, interrumpido solamente cuando le decía: “espera un poco”. No supe cuantas veces le pedí que esperara. Mei se veía deliciosa encima de mí, pero la cambié de posición para poner sus pies sobre mis hombros y bombear con toda mi alma. Yo creo que hasta en el restaurant se escuchó su grito de orgasmo y su risa inmediata. Yo del susto no lo logré y por suerte Mei lo notó y su boca completó la tarea. Fue suave, muy suave y sin apuro. Ya no hablaba en chino, ahora reía, sonreía y succionaba.

Sus manos sostenían mis huevos como si fuera una ofrenda sagrada y cuando sintió la leche tibia en su boca empezó a exprimirlos para que soltaran hasta la última gota. Esta vez si fuimos a la ducha juntos y ya vestidos, me pidió salir ella primero. sonriendo y moviéndose coqueta, me prometió que la próxima vez me traduciría todo.