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Ay, Rebeca!

Dejé su café en el escritorio y me retiré en silencio. Mientras caminaba por el pasillo parece que la escuchaba sollozar, pero seguro era mi imaginación. A media mañana no aguanté más y golpeé suavemente la puerta de su oficina. Iba decidido a averiguar la causa de su pena, aunque me mandara al carajo. Adelante, escuché en un susurro. Permiso, señorita Rebeca, vengo a preguntarle algo si me lo permite. Levantó la cabeza y me miró con un signo de interrogación.

Sin darnos cuenta ya estábamos hablando del jefe de sección, un personaje nada agradable, déspota y prepotente. El día anterior le había hecho algunas insinuaciones y al notar que Rebeca se hizo la desentendida, aquella mañana de viernes arremetió con todo, yendo directo al grano e insinuando la posibilidad de que quedaría sin trabajo si no accedía a sus bajos instintos. A ratos la miraba a ella y a ratos miraba por la ventana de su oficina que daba hacia Departamental.

Entre uno y otro destino, mis ojos se clavaban disimulados en el balcón que fabricaban sus senos, subiendo y bajando al compás de sus suspiros y sollozos. Me animé y rodeé sus hombros con mi brazo. Había escuchado siempre que no hay que aprovecharse de los momentos débiles de las personas, pero Rebeca parece que necesitaba un abrazo de consuelo ya que dejó caer su cabeza en total abandono sobre mi hombro. La estreché fuerte y acaricié su cara, para conseguir con éxito un beso silencioso.

Hasta que te diste cuenta, me dijo. Siempre me has gustado. Yo quedé loco. Rebeca es un pedazo de mujer, del gusto general de cualquier hombre y un sueño para mí, el junior de la empresa. Hasta me hubiese gustado que el jefe entrara justo cuando estábamos investigando nuestras lenguas, en un beso caliente y largo, largo. Fue un breve pensamiento como vengando a Rebeca del acoso del déspota. Esa misma noche tomamos rumbo al Motel 777, a un par de cuadras. Un sitio de primer nivel para una mujer como Rebeca. Por el camino ella ofreció pagarlo, pero a mi me criaron a la antigua. Y para mi fortuna, la única tarjeta de crédito que tengo pasó, mientras esperaba casi sudando que rebotara.

Mientras nos besábamos apasionados y urgentes, intenté desnudarla, pero me apartó suavemente, me tomó la mano y me empujó a la cama. Al sentarme vi su dedo índice cruzado en sus labios mientras caminaba coqueta hacia mi sacándose la ropa y dando vueltas sensuales alrededor del caño. Ya desnuda inició el show que en mi puta vida había visto en directo, con un cuerpo hecho a mano, sentándose en mis piernas a cada tanto y excitándome al límite.

Con la iluminación precisa de la habitación del Motel, la música adecuada para su show, por fin se abalanzó sobre mi y empezó a desnudarme, tomando la iniciativa en todo momento sin que yo pudiera hacer nada. Me comió a besos, pasó sus labios, su lengua y sus manos por todo mi cuerpo, pero no dejó que la tocara. Suavemente me decía, todavía no, déjame disfrutarte, que ya te tocará a ti. Se puso de pie y tomó mis manos para que yo hiciera lo mismo. Nos abrazamos desnudos y me dijo al oído: Ahora es tu turno.

Cerré los ojos y me dispuse a disfrutar ese cuerpo que tantas veces había deseado. Me estás quemando con la mirada, me dijo en un susurro. Eso me calentó al máximo, pero me contuve para disfrutarla enterita y sin apuro. Claro, esa era la idea, pero su cuerpo irresistible y su show en el caño me tenían la sangre a punto de hervir, de modo que suavemente la cubrí con mi cuerpo mientras Rebeca abría sus brazos y sus piernas para dejarme entrar en ella. La sentí mía, ardiente y mojada. Mi boca se perdió un momento en sus senos para luego bajar a su vientre que ya había iniciado un movimiento natural esperando la penetración.

Volví a tomar el camino de vuelta por su cuerpo con mi lengua, hasta llegar a su boca y besarla mientras empezaba a penetrarla. Me mordió los labios que al parecer me sangraron, pero no me importó. No la hice esperar más y entré en su cuerpo. Sentí un pequeño grito y una especie de queja. En ese momento la música cambió repentinamente pasando a un sonido estridente y muy molesto. Abrí los ojos y me encontré en mi casa, con mi esposa reclamando que apagara esa mierda de alarma, que eran las seis de la mañana, y que me levantara para irme al trabajo. Siempre sueño con Rebeca.

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