Mis amigos Sonia y Roberto estaban cumpliendo 10 años de casados ese día, y me invitaron junto con mi esposa a su pequeña fiesta, solo familia y unos pocos y escogidos amigos. Lo pasamos excelente, mucha risa, la comida rica, sus buenos tragos y llegó la hora de bailar.
Al principio cada quien con su pareja, hasta que poco a poco ya estábamos bailando todos libres, en una mezcla de juego y alegría. Los tragos hicieron lo suyo y el baile empezó a subir de tono, con apagadas de luz cada vez más largas y sus tocaditas de esas que nadie fue.
En un momento me encontré bailando con Sonia, estaba sonando una salsa y la tomé para bailar abrazados un poco. Ahí fue que empezó el roce deliberado y fluido. Pero qué manera de fluir y qué manera de rozarnos hasta calentarnos. Total, la luz estaba apagada y todo el mundo estaba en la misma. O así al menos lo creía yo. Cambiamos pareja porque así se estaba dando la fiesta, pero empezamos a mirarnos mucho, con cara de deseo y desnudándonos con la mirada.
Estoy seguro que si yo miraba la mantequilla la iba a derretir. A mi mujer a veces la veía pasar por mi lado colgada del cuello de un primo de Roberto y a veces se me desaparecía largos ratos, pero tampoco me preocupaba. Mi preocupación esa noche empezó a ser Sonia que venía llegando a mi lado con dos copas en la mano. Mientras me pasaba la mía me dijo: Donde y cuando.
Rápido respondí: Hotel 777 en departamental, el lunes a la una y media de la tarde en punto. Justo mi hora de colación, respondió ella, mientras se alejó dándome un muy disimulado agarrón. Nos fuimos como a las tres a casa y con mi mujer no hablamos una palabra de la fiesta. Ambos sonreíamos en silencio quizás porque a los dos nos fue bien. Mejor, pensaba yo, así me ahorro explicaciones. Como dijera Maluma, felices los cuatro. ¿O no fue Maluma? En fin.
Y llegó el lunes. A media mañana pedí permiso en la pega y a la una ya andaba revoloteando por el 777, tratando de adivinar de que lado iba a aparecer Sonia. La una diez, una y cuarto, una y media y no apareció. Nos pillaron, pensé. En todo ese rato que la estuve esperando pensaba más en Roberto que en Sonia. Empezó como a entrarme el arrepentimiento porque el Robert es buen amiguito y nos conocemos de años. Veinte para las dos apareció Sonia, tapándome los ojos por mi espalda.
Ni me atreví a decir su nombre, no la vaya a cagar, pensé. En el segundo siguiente sus manos ya no estaban en mis ojos, habían bajado bruscamente, pero el guerrero estaba durmiendo producto de la preocupación que nos fueran a descubrir.
¿Vamos a bailar adentro?, me dijo. Ni corto ni perezoso le di un beso de aquellos y enfilamos como alma que lleva el diablo a mi Hotel de siempre, el 777. Mucha discreción y un ambiente soñado nos esperaban. Ya en la habitación intenté conversar, decir algo, recordar alguna anécdota de la fiesta para romper el hielo, pero no fue necesario. Quizá demoré mucho pensando qué hablar, porque Sonia me dijo al oído: ¿Bailamos? Por supuesto, respondí, lo que quieras.
Dio un paso atrás y empezó a desnudarse mientras balanceaba sus caderas en un baile exquisitamente sensual. Sexual, más bien dicho. En ese momento el guerrero despertó y empecé a seguir su delicioso juego. Una vez los dos desnudos nos abrazamos y Sonia empezó a contornearse lentamente. Cada vez más apretado contra su cuerpo desnudo sentí que la cabeza me explotaba en cualquier momento, mientras su boca descendía por mi pecho desnudo y sudoroso.
Cuando estuvo al lado del guerrero me quedé tieso esperando que lo llevara a su boca y sentir la gloria, pero no. No lo hizo, sino que regresó a besarme el cuello. ¿Por qué te arrepentiste?, pregunté. Los dos juntos, me dijo mientras me mostraba la cama. Perdí mi cara entre sus piernas y pude sentir su ardiente humedad, saborear sus jugos de mujer caliente mientras ella hacía una fiesta con su lengua y su boca abierta, sin dejar parte sin recorrer. Cuando sentí que Sonia se estremecía y sollozaba me solté, completamente abandonado al placer. Logramos llegar al orgasmo juntos, cosa que hasta entonces creí que era un mito y que no tenía importancia, pero en ese momento supe lo que es morir y resucitar.
Sonia bebió toda mi leche entre los temblores de su propio orgasmo y yo no la solté hasta que dejó de temblar. – tendido en la cama, tratando de averiguar si todavía seguía en este mundo o me había ido quizás a que planeta, la vi caminar hacia el baño, con toda la dignidad que uno pudiera imaginar, como si fuera de traje y tacos.
Levanté mis brazos desde mi cómoda posición esperando que viniera a recostarse a mi lado, para decirle cosas bonitas mientras le daba tiempo al guerrero para que se recuperara a la segunda parte, pero ella con una sonrisa pícara movió su dedo índice de un lado al otro mientras decía. No, no, no. Hay que irse, pero te prometo que la próxima vez será solo penetración si así lo quieres.
Por razones obvias no me busques, yo veré forma de avisarte. Y claro, ha pasado un tiempo ya y aquí estoy esperando que me contacte y pensando si la descubrieron o simplemente no le gusté. No me llames, yo te llamo. ¿Dónde escuché eso antes? Con Roberto no he vuelto a hablar y mi mujer anda cada día más feliz por la vida. Parece que fui por lana y salí trasquilado, pero hay que contar las perdidas también. ¡Salud y buena vida!
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